Articulo publicado en la revista Sociales en Debate N° 7 - Editada por al Facultad de Ciencias Sociales (UBA) - octubre 2014
Los discursos
ambientales han empezado a aparecer marcadamente en la agenda pública
internacional hace poco más de 30 años, caracterizándose por la monopolización
por parte de las grandes potencias y sus organizaciones (Europa, EEUU, ONU,
Banco Mundial). Son ellos los que imponen sus puntos de vista, sus versiones de
los problemas, incluso lo que definen como problema.
A
través de ong´s, quienes desarrollan campañas donde resaltan que no reciben
fondos de gobiernos haciendo énfasis en la “no política”, la mirada de los
países más poderosos en términos económicos se impone y predican visiones que
luego no se corresponden necesariamente con sus prácticas.
Durante
la etapa neoliberal que atravesó Latinoamérica (principalmente en la década de
los 90), caracterizada por una fuerte ausencia de los Estados en cuestiones de
regulación económica y financiera, fue muy fácil para esas ong´s asumir
discursos proteccionistas, alarmistas y denuncistas que tuvieron un gran efecto
en los medios de prensa y en gran parte de la población, sensibilizada por “la degradación del ambiente y sus efectos en
el planeta”. Para dichas posturas, los conflictos ambientales no son temas de
los Estados, sino de ciudadanos comprometidos con su entorno quienes delegan en
las ongs el tratamiento de esos temas. Según ellos, el ambiente es tema de
expertos, no es algo que nos pasa a todos y a todas, aquí y ahora.
De
todas formas, los temas ambientales ocuparon un lugar muy reducido en la agenda
mediática latinoamericana, monopolizados como decíamos, por versiones “primermundistas”
de los hechos y reafirmados por dichas ongs que en sus fines recaudacioncitas, predican
visiones globalizadoras de los temas, sin tener en cuenta su repercusión en al
ámbito de lo local, exportando campañas publicitarias con tonos épicos, pero
con poco efecto inmediato en cuanto a la real resolución de los conflictos.
Paralelamente,
en los ámbitos académicos locales, la discusión de temas ambientales fue hasta
hace poco despreciada, considerada “posmoderna”. No se discutía ahí la lucha de
clases, sino temas menores, superfluos, débiles. Sin embargo, esto ha empezado
a evidenciar un cambio. Los pensadores empiezan a ver en los temas ambientales
la discusión por los recursos escasos, por las energías, por la subsistencia,
por la forma en la que producimos y consumimos. En suma, el sistema de
producción capitalista.
Por
su parte, los medios de comunicación no cuentan con especialistas en temas de
ambiente. Cometen errores técnicos en su tratamiento, simplifican su complejidad
o se limitan a reflejar denuncias de algunas de las partes, ocultando que en la
mayoría de los casos, los conflictos ambientales involucran multiplicidad de
actores e intereses y que cada uno de ellos tiene al menos una parte de “la
verdad”. Su tendencia a simplificar las posiciones en “buenos y malos” no ayuda
a la comprensión de la complejidad que los temas ambientales atraviesan. En
ellos se expresan intereses, historias, culturas, actores.
Sin
embargo, empiezan a asomarse en
Latinoamérica relatos con conceptualizaciones distintas, a veces contrapuestas,
a las que alientan potencias mundiales y ongs autodenominadas “ambientalistas”.
Los relatos latinoamericanos
Los
temas vinculados a la pobreza extrema han sido durante muchos años los tópicos
obligados de los cuales en las cumbres internacionales, Latinoamérica debía expresarse.
Los temas de ambiente no eran temas latinoamericanos porque primero debía demostrar
mejoras en materia de inclusión. Más tarde, se logró entender que no son
discusiones distintas y que cuando hablamos de ambiente, hablamos también de lo
social.
El
largamente aplaudido discurso del presidente de Uruguay, Pepe Mujica, en la
Cumbre Rio + 20, celebrada en Brasil, en agosto de 2012, explicaba que para las
sociedades latinoamericanas, trabajar por la defensa del medio ambiente es
pelear por condiciones de trabajo dignas, por los derechos humanos, por la
eliminación de la pobreza. En síntesis, por mejorar nuestra vida cotidiana. El
sus palabras, lo ambiental, no es algo que tenemos que ir a buscar en otro
lado, sino que nos atraviesa en lo cotidiano.
En
ese discurso, Mujica se presenta como un mandatario que duda y sus dudas se
cristalizan en preguntas que no son ingenuas, introducen las diferencias a
nivel mundial, exponen los conflictos, toman partido. “Me hago esta pregunta:
¿qué le pasaría a este planeta si los hindúes tuvieran la misma proporción de
autos por familia que tienen los alemanes?”, cuestiona.
Desde
otro enfoque, el vicepresidente boliviano, acaba de editar “Geopolítica de la
Amazonia”, un libro en el que asegura que “existe una operación cuidadosamente
planeada de parte de organismos extranjeros, ongs y fundaciones ambientalistas
que utilizando a los indígenas de la Amazonia, quieren controlar la región, por
su reserva de biodiversidad y de agua dulce, cuestionando la intervención de los
Estados”.
En
palabras de Lineras, “en países del tercer mundo, como en el caso de Bolivia,
varias ong´s no son realmente organizaciones no gubernamentales, sino
organizaciones de otros gobiernos en territorio boliviano, son un reemplazo del
Estado en las áreas en que el neoliberalismo del pasado propició su salida”, y profundiza “La ong en tanto organismo de otro gobierno y como poseedor de
recursos financieros define la temática, el enfoque, la línea de
financiamiento, etc. desde las prioridades de ese otro gobierno constituyéndose
en un poder extranjero dentro del territorio nacional”. Al análisis de Lineras
le agregaríamos que definen los discursos, casi siempre endulzados con
objetivos épicos. Quien podría estar en contra de la preservación de Amazonia?
Sin embargo, y tal como denuncia el mandatario, es con un Estado fuerte,
presente, legítimo en tanto defensor de los intereses del pueblo, que ese
discurso se desenmascara. Y la pregunta cambia de enfoque, ¿de quién hay que
defender a Amazonia?
Lineras
va más allá y dispara “si las empresas europeas y el gobierno norteamericano
están tan preocupados por lo ambiental y la conservación de bosques en el mundo
¿por qué no dejan de consumir madera y reducen drásticamente su industria
automovilística y todo tipo de producción que emita CO2 al entorno? ¿Por qué no
dejan de importar minerales cuya producción contamina la naturaleza? ¿Por qué
no dejan de importar alimentos cuya producción promueve la deforestación de
hectáreas de bosques?”
Las
preguntas de Lineras dan cuenta de cierta “hipocresía” discursiva, que empieza
a desenmascararse y que en Latinoamérica parece lentamente empezar a esbozarse.
En
la misma línea, desde Ecuador, Rafael Correa, fijó posición, en relación a la
explotación petrolera de la reserva Yasuní, "el mundo es una gran
hipocresía", declaró tras fracasar el proyecto que buscaba inexplotar el
crudo en la zona a cambio de que la comunidad internacional aportara a Ecuador
una suma de dinero que le permitiera preservar esa reserva. El presidente
ecuatoriano puso sobre la mesa el hecho de que el cambio climático es un
problema mundial, al cual la preservación de áreas verdes contribuye a subsanar.
Ecuador,
como Estado soberano anunció que estaba dispuesto a renunciar a una renta
enorme que puede aportarle el petróleo (bien preciado y cada vez más escaso),
si esa renuncia implicaba un beneficio para la Humanidad entera y propuso que
la comunidad internacional le pagara la mitad de la renta sobre sus recursos
para crear un área donde la naturaleza, la biodiversidad, estuvieran
protegidas. Desgraciadamente, este esfuerzo fue despreciado por casi todos los
países. Ecuador obtuvo sólo 0,17% del dinero necesario para llevar adelante el
proyecto. La Unión Europea es fuertemente responsable de la pérdida de
esta oportunidad histórica.
Con
Yasuní, Correa evidenció la complejidad de los temas ambientales y la necesidad
de que las “grandes potencias” se involucren, más allá de los discursos
bonitos.
Pero
si de discursos ambientales latinoamericanos se trata, en Cuba encontraremos
que ya en 1992, en el marco de la Conferencia de la ONU sobre Medio ambiente y
Desarrollo, celebrada en Río de Janeiro, Fidel Castro denunciaba que “las
sociedades de consumo son las responsables fundamentales de la atroz
destrucción del medio ambiente. Ellas nacieron de las antiguas metrópolis
coloniales y de políticas imperiales que, a su vez, engendraron el atraso y la
pobreza que hoy azotan a la inmensa mayoría de la humanidad. Con solo el 20 por
ciento de la población mundial, ellas consumen las dos terceras partes de los
metales y las tres cuartas partes de la energía que se produce en el mundo. Han
envenenado los mares y ríos, han contaminado el aire, han debilitado y
perforado la capa de ozono, han saturado la atmósfera de gases que alteran las condiciones
climáticas con efectos catastróficos que ya empezamos a padecer”.
Han
pasado 22 años de aquel discurso en el que Castro subrayaba que “decenas de
millones de hombres, mujeres y niños mueren cada año en el Tercer Mundo a
consecuencia de esto, más que en cada una de las dos guerras mundiales. El
intercambio desigual, el proteccionismo y la deuda externa agreden la ecología
y propician la destrucción del medio ambiente”.
Con
el mismo énfasis proponía que “si se quiere salvar a la humanidad de esa
autodestrucción, hay que distribuir mejor las riquezas y tecnologías
disponibles en el planeta. Menos lujo y menos despilfarro en unos pocos países
para que haya menos pobreza y menos hambre en gran parte de la Tierra. No más
transferencias al Tercer Mundo de estilos de vida y hábitos de consumo que
arruinan el medio ambiente. Hágase más racional la vida humana. Aplíquese un
orden económico internacional justo. Utilícese toda la ciencia necesaria para
un desarrollo sostenido sin contaminación. Páguese la deuda ecológica y no la
deuda externa. Desaparezca el hambre y no el hombre”.
Los desafíos
Los
desafíos en torno a lo ambiental no están sólo en el plano de lo discursivo. El
capitalismo requiere de un crecimiento constante de la economía y para ello necesita
de recursos naturales.
Según
el Banco Mundial, la minería latinoamericana atrae hoy un tercio de la
inversión internacional en este sector: carbón, bauxita, hierro, cobre, estaño,
plata, oro, plomo, litio.
La
deforestación es también un tema preocupante en la región. Según datos 2010,
Paraguay dedica 66% de su tierra a la soja, Argentina el 59 %; Brasil el 35 %;
Uruguay 30 % y Bolivia 24 %. Es cierto que el monocultivo viene arrasando
bosques nativos a pasos enormes (en Paraguay el 90 % de los bosques ha
desaparecido en los últimos 50 años), pero también es cierto que los niveles de
inclusión que empiezan a alcanzarse en países como Bolivia, Brasil, Ecuador,
Argentina, necesitan financiarse con alguna actividad y la soja viene siendo la
clave, por los bajos costos de producción que presentan en los suelos
latinoamericanos y porque la estabilidad económica que vienen sosteniendo los
países compradores (la mayoría asiáticos).
El
crecimiento exige otro tipo de desarrollo radicalmente diferente, marcado por
fuerte presencia del Estado regulador de los mercados. Durante la Revolución industrial, la expresión más feroz del capitalismo sin freno iniciada
a fines del siglo XVIII, la producción en grandes fábricas transformó la vida
laboral de la población, imponiendo largas jornadas y condiciones de trabajo
próximas a la esclavitud. No
se aplicaba ningún tipo de regulación. Las condiciones de trabajo sin control
deterioraban la salud, el bienestar y la moral de los trabajadores. Hubo que
esperar a fines del siglo XIX y principios del XIX para que dichos derechos
fueran aplicados. Fue necesario tomar conciencia social, que los obreros se
organizaran, reclamaran, propusieran; que el Estado se hiciera presente y que
los procesos políticos maduraran para que el capitalismo sufriera, no sin
resistencia, su gran freno.
El
nuevo paradigma de producción que se le reclama al sistema capitalista actual,
desde lo ambiental, representa otro gran freno. Requiere, al igual que lo hizo
el movimiento obrero organizado, poner límites a esa voracidad capitalista que
todo lo arrasa y todo lo devora en pos de unas ganancias empresariales que
benefician a unos pocos y perjudica a los que menos tienen. Así como la
explotación obrera en su momento perjudicó a los sectores socialmente más
desprotegidos, hoy la explotación de recursos naturales también perjudica en
mayor medida a esos sectores: con enfermedades, con inundaciones, con falta de
acceso a agua segura.
Latinoamérica
no puede quedar afuera de este proceso. Debe promover el desarrollo sostenible y
tomar en cuenta en la misma dimensión la variable ambiental, la variable
económica y la variable social. Inclusión social, educación pública, gratuita y
laica, economía social y solidaria, el cooperativismo y la producción agrícola
local y de buena calidad; respeto por la diversidad cultural; igualdad de género;
lucha contra la trata de personas, reducción de embalajes y reciclado de
residuos (especialmente en áreas urbanas) debe ser parte de la agenda política.
En América Latina la mayoría de las poblaciones son urbanas y el cúmulo de
residuos genera problemas ambientales y sanitarios, lo que va en detrimento de
la calidad de vida, comenzando por las clases sociales más bajas.
Los
conflictos ambientales son muy complejos e involucran muchos aspectos de nuestra
vida cotidiana: la forma de habitar, de relacionarnos, de consumir, de crecer y
progresar. Perderíamos una gran oportunidad de convertirnos en actores si
seguimos importando discursos que no nos tienen como protagonistas. Los
comunicadores tenemos un gran desafío. Se trata de poner sobre la agenda
mediática latinoamericana estas cuestiones desde una mirada propia que nos
involucre, nos acerque a las visiones que empieza a esbozar la región, problematizarlas,
difundirlas, hacerlas noticia.
Si
bien Argentina no aparece aun, a nivel internacional, con un relato fuerte y
claro en torno a lo ambiental, lo ha hecho a nivel local, con el conflicto por
las papeleras, la minería a cielo abierto en Famatina, el fraking en Vaca
Muerta, la contaminación industrial en el Riachuelo, la utilización de los
agroquímicos. Todos estos temas siguen latentes en la agenda mediática, pero no
han logrado ni imponerse con suficiente fuerza en la opinión pública, ni
expresar una visión sobre lo ambiental que implique una mirada propia.
La
comunicación tiene mucho que aportar en este proceso. En primer lugar aclarando
visiones, términos, conceptualizaciones pero sobre todo poniendo la mirada en
la dimensión política que conlleva las cuestiones ambientales. Las miradas
ambientalistas que no tienen en cuenta lo social, la historia, los conflictos,
actúan de distorsionadores de un cambio que requiere ante todo de decisiones
políticas transformadoras que pongan en el centro de la escena a las
generaciones futuras y el modelo de producción y consumo que pretendemos
dejarles. En suma, el ambiente…
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